jueves, 6 de octubre de 2022

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Llevo diecisiete meses entre el volante y los fogones de mi vieja foodtruck. Digo vieja porque la compré de segunda mano y por entonces ya tenía doce años. Pero mire, no la cambiaría por ninguna otra; es resistente y noble, me ha respondido en todos los apuros; Confío en ella más que en mi pulso. Me acompaña mi hijo Pierre. Nació en Mulligan, donde vivíamos, pero su madre (que en paz descanse) era francófila. En fin. Yo siempre había sido un cocinillas ¿sabe?, y con el tiempo se me agudizó la afición. Pero fue la muerte de Patty Lu en aquel maldito incendio lo que me decidió. Ya nada nos ataba a nuestro apartamento, y la verdad es que el horno ya no estaba para bollos, como se suele decir. Pedrito estuvo de acuerdo. Así que compramos el trasto, nos aprovisionamos, y nos lanzamos a la carretera sin menús preparados ni planificación alguna. No nos importó. La verdad es que por entonces no nos importaba apenas nada.

¿Y sabe? No me arrepiento, y creo que mi hijo tampoco. Esta vida es dura a veces, pero nos ha reportado experiencias que nunca habríamos imaginado. Nuevas personas, nuevas historias, el contacto directo con seres humanos que de otra forma nunca habríamos conocido. La libertad de ir donde queramos. Dormimos en la propia furgoneta, Pedro en la parte trasera dentro de su saco y yo en los asientos delanteros, con la escopeta en el suelo por si acaso. Nunca sabemos dónde estaremos al día siguiente, nos dejamos llevar por las carreteras y por el destino.

Por supuesto ha habido situaciones complicadas. Ayer mismo una cherrie nos pidió “carne amasada”. Ni Pedro ni yo sabíamos a qué se refería, así que no pudimos satisfacerla. Se nos rompió el corazón cuando rechazó nuestras hamburguesas crush-melt y se alejó cojeando sobre sus muñoncitos hacia su choza destartalada. Si lo hubiera aceptado se la habríamos dado incluso gratis. En fin.

Tampoco fue agradable aquella ocasión en el polígono. Ya tuvimos duda al entrar en el mismo. Son lugares donde con un poco de suerte se puede canjear la comida por artículos interesantes, pero donde también hay sus riesgos. Y aquella tarde tuvimos que salir por piernas, como se suele decir. Se nos echaron encima y ni el cristal de protección parecía suficiente para los garrotazos que soltaban a la furgoneta. Pero el motor arrancó, Pedro se echó al suelo y el motor diésel de ocho cilindros mostró todo su poder y nos sacó en el último momento.

Hoy en cambio la fortuna nos ha compensado. Hemos podido parar en un recodo de la transnacional 7, o mejor dicho de una comarcal que se alejaba unos pocos kilómetros de la vía principal. Aparcamos junto a un lago de aguas negras rodeado de árboles espesos y morados. Pudimos descansar, rebozarnos un poco en la hierba de un claro cercano y hasta bañarnos en una laguna negra para quitarnos la mugre. Qué maravilla…

Incluso he recuperado mi vida amorosa. Me da vergüenza escribirlo así, pero es que siempre fui un poco pudoroso para estas cosas. Nada serio, ¿sabe? Algunos encuentros causales con mujeres sin alteraciones que también se sentían solas. Nada prolongado (es imposible en nuestro oficio), pero de gran importancia para mí. Mi hijo no lo ve con malos ojos. Menos mal.

No sé qué querrá ser de mayor Pedrito. Con quince años es ya muy maduro, pero respecto a su futuro no tiene todavía las ideas claras. No me gustaría que fuera recolector. Es una vida que parece atractiva pero en la que puedes salir malparado muy fácilmente. Trampero como nosotros no me parecería mal. Además tiene dotes para el negocio. Por otro lado, dicen que en algunos lugares hay una cosa llamada universidad, que les da una formación que yo no puedo transmitir. Bueno, eso sería un sueño ¿no? Pero no me quiero imaginar lo que deben pedir a cambio. O sí que me lo imagino. Y quiero seguir con mis dos riñones en su sitio, nunca sabes cuándo te va a fallar uno de ellos, más aún con el agua salobre que bebemos a menudo.

Lo que espero de corazón es que no se una a los black-trucks. Estoy de acuerdo en que uno tiene que ganarse la vida. ¡Faltaría más! Pero hay cosas por las que no paso, y por las que espero que él tampoco pase. Y eso de recurrir a cadáveres abandonados en vez de comprar o cazar por ti mismo la carne fresca que necesitas, no es de gente con principios. Es propio de carroñeros. Sobre todo cuando en verano el suministro disminuye, están desesperados y recurren a ratas y perros muertos. Eso es asqueroso.

Porque ¿sabe una cosa? Además de que son cadáveres, y por tanto las trazas de la radiación que les ha matado son mucho más intensas, su carne no tiene nada que ver con la carne de verdad. La carne de vaca, de cordero, de cabra. O la carne humana claro. No hay nada de malo en usar a un humano para hacer hamburguesas, siempre y cuando su carne sea tierna, ligeramente veteada de grasa, lo suficiente para aportar sabor... en fin, ya me entienden. En cambio con carne de ratas o perros vivos o muertos cuesta muchísimo hacer hamburguesas decentes y el sabor es bastante horrible. Lo sé por experiencia. Y por ahí no paso.

Porque yo podré tener muchos defectos, pero la calidad de la materia prima y el servicio al cliente será siempre mi lema por encima de todo.


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