Es una obviedad, pero la mayoría de las grandes
pasiones escritas son propias de los ociosos o de los trepas. Las tramas de Jane Austen, las
novelas góticas, las aventuras de Conan Doyle, sus protagonistas no tienen el problema de
dedicar doce horas al día a buscarse el sustento. Si lo tuvieran, seguramente
sus incontroladas pasiones se verían amuermadas. Hasta Victor Hugo tuvo que
inventarse una extraña trama industrial para sacar al Jean Valjean de sus
Miserables de la pobreza, hacerle
millonario y (entonces sí) poder hacerle jugar las cartas que le había dado el destino. Miserable, pero con medios.
Tal vez sea una de las gandezas
del Lazarillo, de Dickens, y de los
mosqueteros de Dumas. Jugar e inventar sobre la moral de la pobreza, del arribismo,
de la necesidad de cubrir las necesidades materiales. Hasta David Copperfield
debe cumplir su destino de gran escritor para poder alcanzar su fin literario.
Para cuándo una gran novela sobre
los perdedores, sobre los auténticos perdedores sociales. ¿O es que es difícil
imaginar honduras del alma cuando ésta se ve sometida a la angustia de buscar
cada día el mendrugo que echarse a la boca?